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Las disculpas del caso para los personajes, lectores y colaboradores. Acá retomo la historia para los que se quedaron a medias.  Salud a Pablo que es el que más la disfruta. Je!

Un pequeño prendedor en forma de nenúfar en el pelo, brillitos de luciérnagas que se trajo en el bolsillo desde su tierra, una sonrisa plena y una mirada limpia, inmaculada. Dio dos golpes secos a la puerta de la casa del cocotero. El Buscador salió en chinelas. La miró, y anotó ciertas coordenadas en su GPS. Cerró la puerta, consultó un libro de probabilidades y volvió a salir. Abrió la puerta y la Niña pestañeó tres veces. Él, dos. Ambos sonrieron.

 -Dicen que usted es el que mejor conoce el pueblo, que lo camina todos los días, las noches, las tardes y las madrugadas… ¿podría aconsejarme un buen lugar para pasar la noche?

 -Sólo le puedo ofrecer mi casa, que está hecha de palmas de coco y tiene las paredes pintadas de poemas.  

El Buscador no se percató que era una niña,  sólo vio en ella a una preciosa Succionadora de Relatos con toques de Embajadora del Placer. Y actuó en consecuencia.  

– Le estaría muy agradecida, no se preocupe usted por las palmas de coco, sólo necesitaría  un poco de frappé de maracuyá si no es mucha molestia. 

– Entonces sería muy conveniente darse una vueltita por «La Yunta Brava»… allí sirven todo tipo de brevajes para el cuerpo y el alma. 

La Niña se acomoda el pelo,  hace un gesto de aceptación y  continua el diálogo. 

– Mi gente se quedó  allí, justamente venimos preguntando desde ayer por el frappé, nos dijeron que si conseguíamos el maracuyá con gusto lo preparaban,  que como en este pueblo nadie lo pedía, los árboles terminaron por secarse. 

El Buscador levantó ambas cejas dando una forma muy peculiar a sus arcos superciliares característica que de manera extraña engolosinó a la Niña desde ese día hasta el final. 

– A falta de maracuyá, buena es la leche de Ambaibo macho. 

La comodidad de aquella compañía resultó exquisita. La Niña resolvió en un instante que la presencia del mago y Sithienne en el pueblo, era innecesaria. Ahora que encontró un lugar donde quedarse,  emprendería su crecimiento sola. 

La Yunta Brava tenía esa noche una multitudinaria algarabía. Era el festejo de no sé quién en un no sé qué. Habían pantallas gigantes, música al vivo y claro! Lehe de ambaibo macho a baldadas. El mago estaba enfrascado en una charla filosófica con el barman, quien  muy atento le respondía todo el tiempo  Ajá, ajá, ajá… mientras miraba la entrada de su bar, al mismo tiempo que la salida. Sithienne era asediado por un grupo de embajadoras del placer (tomando la nomenclatura del Buscador) y curiosamente tenía la misma expresión de auxilio del día anterior cuando el calor lo estaba derritiendo en vida. 

La Niña y el Buscador se establecieron a un costado del escenario. Intercambiaron impresiones, indiferencias, vistazos, sonrisas y vayamos a saber que más que no haya sido perceptible.  Que aunque no lo sepamos, podríamos suponerlo; pero no hoy.

Habiendo llegado a este punto de la historia, y habiendo los personajes llegado a Santa Alfonsía, es mi compromiso informar a los lectores, que tanto el lugar (Santa Alfonsía con sus nombres de calles y características urbanísticas) como  el nombre de algunos de los personajes alfonsinos, provienen-como idea original-  de Pablo Alfonso Sánchez Kohn, entrañable compañero de aventuras y letras, a quien le debo en mucho (por no decir en todo) la inspiración de esta pequeña historia.

Sin nada más, que aclarar… en un par de días posteo la Parte VIII.

Hacía tanto calor que cualquier bicho del pueblo hubiera deseado una descomunal inundación -cosa totalmente improbable en Santa Alfonsía debido a la característica de los  confines del pueblo- que a semejante infierno.

Tanto era el calor que las pajarillas terminaron por laxarse hasta convertirse en sauces llorones en una tierra que de valle no tenía ni el nombre.
 

La Yunta Brava estaba en la hora pico justo antes del toque de cambio de nombre de las calles. La gente solía juntarse allí como punto de referencia, para luego partir en busca de la nueva calle y el nuevo número de su casa. No había cosa más desesperante que le enganche a uno el toque de cambio de nombre en la calle, pues hasta ahora no se comprendía en realidad si lo que cambiaba de lugar eran las calles o las casas.

El mago había tomado una forma humana bastante peculiar, una mezcla taciturna de Seann Connery y Luis Eduardo Auté. A su lado caminaba , igual de imponente,  Sithienne, con una humanidad morena celosamente conjurada, y hermosamente similar a Lenny Kravitz, que obviamente causó estupor a todas las mujeres del pueblo, incluidas  beatas,  puritanas, embajadoras del placer, succionadoras de relatos y huidizas bailarinas que asomaron  la cabeza desde sus escondites. Vaya inspiración la del mago, para dar tamaña sensualidad a un  gnomo. La niña, crecida, mujer, una mezcla exótica de Pocahontas y Salma Hayek. Mala idea la del mago. En fin. El bar, repleto.

– Iré a buscar posada, una flor tal vez…., dijo la niña.

– Rayos!, dijo el mago.  Y le dio un golpe en la frente. Aprende a hablar, niña.

El tiempo patinó, una vez…o dos.

– Iré a buscar dónde pasar la noche. Mientras ustedes toman algo. Qué calor!

La alarma sonó. Las calles cambiaron de nombre, las casas de número. El norte se volvió sur ¿o este? Bah! Quién sabe. La gente comenzó a salir de la Yunta Brava, como en  estampida.  

De pronto el bar quedó  con  los cuatro individuos que estaban en el mostrador, el barman y una vieja que por su bastón  quedó relegada de la horda humana que despegó hacia las calles.

 – Señora! Sabe usted de algún lugar donde pueda mi gente y yo pasar la noche?

– De saberlo, si. De decirle exactamente donde está, no. Vaya usté a saber en qué calle se encuentra ahora. Yo no encuentro mi casa desde hace dos días. Pero el Buscador, sabrá indicarle bien.

– El Buscador?– Es el único que  se  ubica luego de los cambios, parece que ya descifró el patrón de este despelote. Como se camina las calles a cualquier hora, es difícil perderse, Al fin de cuentas su casa es la única que no tiene número. Es la de los cocoteros, y siempre cae al final de alguna calle.La Niña cruzó hacia la acera norte de la plaza, o a la que en ese momento le tocó portarse como tal y siguió derecho por la calle Casualidad sobre la cual  estaba ahora la Catedral de la última Confesión.

– Sr. Perfecto, todo sería tan fácil si tuviera un elemento de orientación. Si Sithienne no hubiese tenido la juvenil actitud de echar todo al comenzar algo nuevo, tendríamos el mapa, y el astrolabio del gabinete real. Ahora para todo tendremos que preguntar y buscar.

Le había quedado una sensación de vértigo luego del toque de alarma, tenía 6 horas para encontrar un lugar donde pasar la noche antes del próximo toque que la dejaría en un punto cero , otra vez. La intuición sería su único instrumento de utilidad.Afuera, justo a la altura de la acera de la puerta principal, al pie de un basurero municipal, – ¡Que desbarajuste!, ahora si que esto se despelotó como nunca, dijo el mago.

– ¿Y ahora como encontraremos a la niña?

– Sigamos la calle sobrevivencia, respondió el mago. Ya que no hay ninguna que se llame aventura y diversión. 

 – Este pueblo es un destino turístico? Preguntó desconcertado Sithienne. 

– No, gnomo idiota, era un chiste. 

La tribu de Sithienne era de aquellas que dentro de la gran familia de los gnomos de nariz roja había sido engalanada por la pureza del sentir y la voluntad férrea de proteger, por eso la perspicacia  no rebasaba jamás el umbral de su ingenuidad.  Sithienne estornudó, le tenía alergia  a la toma de decisiones. Un remolino de tierra se levantó. Ambos empezaron a caminar hacia la Biblioteca, en busca de un mapa. Un concierto de risitas coquetas los acompañaron, bailarinas por doquier en los balcones murmuraban la visita de los extranjeros. El toque las había encontrado  reunidas en el té de siesta. Sithienne volvió estornudar y el mago entre balbuceos y a regañadientes cruzó hacia la otra acera. El remolino de tierra se alejó. La niña salió de la Catedral y se detuvo en el mismo basurero.

– Huele a flores… – suspiró,  y al hacerlo miró hacia arriba con los ojos cerrados, al abrirlos se encontró con los ojos cuestionadores de una comparsa de bailarinas aglomeradas en un sólo balcón. 

– Ustedes conocen al buscador? 

La respuesta fue inmediata, Paf! La ventana del balcón se cerró (o fue cerrada) con un ímpetu muy femenino. La niña volvió a suspirar. Pensó. Sintió. Intuyó y dio un giro de 180º. Comenzó a caminar por la calle Casualidad justo en el sentido contrario a la marcha de los otros miembros de su Comisión. Al girar la esquina de lo que ahora era la calle Oportunidades chocó con un grupo de 8 niños que venían en jauría con dos pelotas de trapo levantando nubes de polvo en la calle. Las risas la envolvieron mientras ella observaba con deleite lo que hasta ese momento había sido lo más emocionante desde su llegada al pueblo.  Uno de los niños, tropezó, cayó y quedó fuera del alboroto de la polvareda que levantaba el grupo persiguiendo las pelotas. La niña se acercó para ayudarle a ponerse en pie. 

– ¿Te lastimaste?, le preguntó. 

– No, no… -respondió el niño con apuro…

-Ajh, ya los perdí.- continuó con desgana. 

– Acaban de virar, si corres los puedes alcanzar. – ¿Qué? ¿Y arriesgarme al castigo? Ni loco. Si te quedaste atrás al torcer una esquina,  es mejor volver al punto de partida, la cofradía no nota tu ausencia, pero si tu retraso. – ¿Y cuál es el punto de partida? 

– Ah… siempre es uno distinto, y las combinaciones son múltiples gracias al conjuro del alcalde. Hoy partimos de la casa del cocotero. 

– ¿La del Buscador? 

– Si, esa… que raro que la conozcas, nunca te había visto por el pueblo. 

 – No la conozco, pero la estoy buscando. 

– ¿Estás buscando al buscador? 

– La verdad que me gustaría más decir que voy en su encuentro. 

– Ah… entonces más importante que buscar, es encontrar. En tu caso, digo. La niña sonrió ante la astuta respuesta del niño y le acarició la mejilla. 

– No es astucia, es lógica. Me ofende. Y apenas nos conocemos. 

– ¿Cómo te llamas?
 

– Valdo. ¿Y vos? – Bueno, yo no puedo decir mi nombre, si lo hago…. 

– ¡Ah! eres un hada, cortó Valdo.   

– ¿Cómo lo sabes?! 

-¿Vos crees que yo me llamo Valdo?
 Ambos se miraron y sonrieron, un silencio germinado fue intervenido por el silbido del viento. Juntos empezaron a caminar  hacia el final de la calle.  – Entonces también venís  a crecer?

– Mmmm, creo que sí. Pero ahora mi prioridad es encontrar un lugar donde dormir antes de que caiga la noche y se venga el próximo toque de sirena. La casa al final de la calle, tal como lo explicó la anciana. Un letrero de papel pegado en la puerta,                            

Me fui a la Yunta Brava
 B. 

La niña dio otro suspiro. Dos segundos de pausa en el tiempo. 

– A ver … y ahora a qué hora habrá sido esto-  se preguntó Valdo con disgusto. 

– Pareces un gnomo de la estepa. 

– ¿Acaso  se me nota?.

 La niña reventó en carcajadas, con un descaro tan ingenuo que no obtuvo represalia alguna. 

– Bueno, ¿sabes cómo llegar a la Yunta Brava?

 – Si, de ahí vengo. Gracias Valdo, ojalá podamos conversar en otra ocasión. 

– La cofradía  tiene el junte  a las 4 de la tarde en la acera este de la plaza de armas.

 – ¿Y con el cambio de calles?  – Siempre la acera este, la que toque. Me imagino que te quedarás en Santa Alfonsía un buen tiempo, no?

– El mago dice que eso depende de mi evolución. 

– Bueh, eso nadie lo sabe. Yo pensé que esto me llevaría tan sólo meses; pero ya estoy en este pueblo del demonio casi dos años. 

El sol estaba inclinándose hacia el oeste. La Yunta Brava estaba comenzando a llenarse otra vez, pero ahora ya no de desorientados sino de vespertinos  bebedores de leche de ambaibo macho (trago originario de los alfonsinos). El mago y Sithienne estaban apoltronados en una esquina del mostrador del bar, el calor les había extinguido totalmente la energía.  A tal punto era el cansancio que la circunspección de sus  cargos de embajadores había quedado reducida a una dilogía entre  gobernabilidad y un par de jorobas amodorradas. Las caras prodigaban señales de auxilio, una ducha fría, por ejemplo. La niña se acercó haciendo gesticulaciones joviales que leguas estaban en plena y precisa descontextualización.  Sithienne tenía los ojos entreabiertos (uno más abierto que el otro). El mago tenía una seria dificultad para respirar. 

– No vuelvas a hacer eso niña. No así. No aquí.  

– Me dijeron de alguien que podía ayudarnos a buscar un lugar donde pasar la noche, fui a encontrarlo; pero él salió para acá. 

– Pasaremos la noche en la casa del Alcalde, es lo correcto dentro del protocolo. Lo habíamos olvidado. 

Ningún pretexto era válido, eran normas diplomáticas. Y a pesar de la cuenta pendiente que el Alcalde le tenía al mago, por haber utilizado  información sobrenatural (confesada en la locuacidad de una reunión en la Yunta Brava) para conjurar el cambio de los puntos cardinales, o coordenadas, o quién sabe  como cuernos el Alcalde confirió el conjuro para que lo que  tenía que ser una ordenanza resultase un despelote en el pueblo.

Nenufonsía (Parte VI)

El Consejo de emergencia se realizó apenas escampó la mañana. En la reunión, a la que lastimosamente el rey no pudo llegar pues su viaje a la región azul de los duendes de nariz roja se había alargado por motivo de las lluvias, se logró llegar a un acuerdo luego de largas discusiones y temerarias disyuntivas para lo que tendría que pasar en el reino luego de tamaño desastre natural. Cuatro fueron los puntos de conclusión de dicho Consejo.

1) Nenufaria no soportaría físicamente una lluvia más y mucho menos una que tuviera un origen lacrimoso. (y esta fue una decisión unánime de todos los representantes de las regiones y comarcas que conforman el Consejo de Emergencia de Desastres Naturales)

2) La niña debe dejar de llorar y el mago es quien debe buscar la forma de hacerlo.

3) El plazo es de 24 horas.

4) No se tolerará ni un minuto más la sobreprotección de Sithienne a la niña, ella debe ser responsable de sus actos.

Antes tales puntos irreductiblemente concluidos por el Comité, el Mago debió tomar la decisión para la solución del conflicto que atañía a prácticamente todo el reino.

-La niña debe crecer, es la única manera en que dejará de llorar para aprender a ser feliz. Y el mejor lugar para hacerlo es Santa Alfonsía – resolvió el Mago.

Todos en la sala murmuraron consternados.

– El tiempo allá es una total confusión desde que el Perfecto perdió su reloj, dijo el duende de nariz roja.

-No importa- respondió el mago- yo llevaré el mío.

Desde la última vez que el mago estuvo en Santa Alfonsía, el pueblo al que todo el mundo iba a crecer, el tiempo se había convertido en un reverendo carnaval fruto de una mala partida de truco en el que el Perfecto perdió su reloj.

Con la nueva ley del tiempo, planteada por vox populi, y con el conjuro municipal que cambiaba el nombre de las calles, los números de casa y la disposición de los puntos cardinales, cada 6 horas, Santa Alfonsía no era precisamente el lugar ideal para que la niña ordenase sus sentimientos; pero el Mago lo determinó así, y él tenía sus razones, más allá de que fueran razonables o intuitivas, él sabía lo que hacía, y su estrecha amistad con el Perfecto -que tenía a Santa Alfonsía como su predilecto rinconcito para dormir, ya sea sus siestas o sus borracheras, o jugarse una partida de truco en la Yunta Brava, bar local de inmensa reputación en todos los confines de la creación- lo había llevado a definir que Sí, efectivamente Santa Alfonsía era el mejor lugar para conseguir aquello que buscaba.

Habría que llevar a la niña bajo un sueño profundo, no soportaría alejarse de Nenufaria, se le hincharían los ojos, le agarraría una migraña de aquellas que sólo en dibujos, quizá hasta aftas en la boca, de seguro arcadas por tener atascado en la garganta el deseo de ser feliz. Tiene metido al troll, pero, hasta el fondo en su alma- explicó Sithienne muy preocupado. – ¿No sería más fácil decirle la verdad?, preguntó.

– No. El viaje será como un sueño, cuando comprenda que no lo es, ya no importará que lo sea, habrá encontrado lo que necesita.

– Traigan a la niña, dijo el mago.

Y las ardillas guiadas por la libélula fueron hacia el palacio.

– Sithienne- dijo el mago- llévanos al Molino de luz.

– ¿Allí? Jamás un nenufariano ha cruzado el Túnel de colores. Es sólo para humanos.

– Pues humanos seremos -dijo el mago- es la única forma de llegar a Santa Alfonsía.

Las ardillas se rehusaron a cruzar.

– Hay un gigantesco anillo de estrellas que rodea Nuestro Mundo el túnel de colores no es para seres como nosotros, allí se fabrican las ilusiones y los destinos.

– Exactamente, dijo el mago.

– La Niña morirá, replicaron asustadas.

– No, jamás quiso ser una sanadora de insectos, ni mucho menos tejedora de telas mágicas. Crecerá, no morirá.

El mago, la niña en brazos y Sithienne, cruzaron el túnel.

Nenufonsía (Parte V)

-Muchos murieron hoy- dijo el mago

La niña calló y comenzó a lloriquear.

-No, no, mi niña….no hay necesidad de llorar…- respondió el mago

-Ya no quiero llorar más, mis lágrimas traen desgracias- contestó muy triste.

-Llegará un día en que tus lágrimas no traerán a la lluvia. Dejarás de llorar para aprender a ser feliz.

La niña sonrió. El mago la abrazó. La niña suspiró. El mago la besó. La niña cerró los ojos. El mago le hizo cosquillas. La niña rió. El sol salió. El agua se secó.

Nenufonsía (Parte IV)

El troll estaba sentado sobre una tortuga, arrojando pedazos de tronco seco al pantano, cuando una luz se acercó y formó en él una aureola brillante. Una voz profunda se escuchó.

– Existirá un día en que empieces a pensar con el corazón y comprendas que el mundo no gira en torno a tus necesidades y deseos, si no en función de tu capacidad de dar. Mientras tanto el vacío seguirá en ti…- dijo la voz.

– Umas spruden eilema maelei- respondió el troll.

– No. Alguien que te cuida con amor no es una mascota fiel- contestó la voz.

-Miarei tabua drifni yapui…- murmuró el troll.

-No entendiste nada- dijo la voz con resignación.

-Fue ella la que no entendió nada… yo sólo quería que me rasque la espalda- respondió el troll.

-Sabes que la esencia de la niña es el amor, cualquiera hubiera podido rascarte la espalda- continuó la voz.

-Ella lo disfrutaba, jamás se quejó- respondió tranquilo el troll, mientras se dio la vuelta para mirar a su interlocutor. La luz lo cegó. El mago habló.

-Ninguna condena es necesaria para aplaudir tu error, tu peor castigo es ser inmortal.

La luz desapareció.

– Frish dalk uha mui ba- rezongó el troll.

-Otra vez blasfemando- dijo Sithienne. -Huele a jazmín, ¿el mago estuvo aquí?

El troll no contestó.

– Si el mago estuvo aquí, ya te habrá dado la condena.

El troll continuó sin contestar.

-¿Por qué sigues aquí entonces?, preguntó Sithienne.

(Silencio)

-500 años más vegetando tu soledad.

(Más silencio) El troll reanudó los lanzamientos de pedazos de tronco al pantano.

Nenufonsía (Parte III)

– Encontramos a la niña en el borde del alambrado que da a la viña, sobre una piedra rodeada de agua.

– Le dimos frapé de maracuyá, como pidió; pero apenas lo tomó, vomitó y siguió llorando- dijeron los gnomos de la aldea cercana a la viña.

– Que traigan al mago- ordenó Sithienne.

Las musarañas llegaron al palacio. Detrás suyo el Comité de emergencia de desastres naturales: 3 gnomos, un duende de nariz roja, 2 de agua, 6 ardillas, 2 castores y la libélula.

– Queremos hablar con Shitienne- dijeron las musarañas. Eran 7 más un mono paralítico.

– Está con la niña- respondió firme el Escarabajo azul.

Las musarañas comenzaron a murmurar en voz alta.

No es posible que nuestras vidas dependan del estado emocional de esa niña/ quién le dio tanto poder sobre la naturaleza/ dónde está el rey de las flores?.

La comisión de desastres fiel al rey, sólo escuchaba. Las musarañas continuaron parafraseando.

Niña idiota, quien la manda a meterse en la madriguera del troll/ No digas eso-dijo la más anciana- la niña sólo quería amar/ al troll? -respondieron a coro todas las demás y reventaron en caracajadas. / Pobre troll, tan viejo y no termina de aprender/ de reconocer / Esa niña es un problema para la región.

La libélula no pudo contener la rabia de escuchar las sandeces en contra de la protegida de las flores, de la hija de la tierra y el espíritu de la montaña, la heredera del reino de las flores. La niña.

– Musarañas imbéciles. En su vida verán néctar más puro y dulce que el que la niña exuda por cada poro de su piel. Es un hada blanca, la más pura del reino…

Las musarañas volvieron a murmurar en voz alta, mezclando palabras, licuando sus voces hasta que el mono paralítico alzó su voz ronca y quebrada. La niña no es un hada, es una bruja, el desastre la persigue. / Sí!!!, respondieron a coro las musarañas. Es una bruja! Sus lágrimas están malditas.

Paf! La puerta del palacio cerró de golpe. Imponente, Sithienne.

– Silencio! Basta de barullo, la niña se ha dormido. Pronto escampará.

– Queremos un consejo de emergencia, hemos registrado más de 200 muertes en todo el reino, dijo el duende de nariz roja.- Necesitamos tomar medidas inmediatamente.

– Tendrán el Consejo, tan pronto como llegue el mago. Ahora debo ir a ver al troll.

Todos abrieron camino, Sithienne pasó.

Nenufonsía (Parte II)

La niña había corrido y recorrido los campos de ilusiones y azucenas toda la mañana, hacia la viña. Había corrido descalza sin reparar en gusanos ni ramas caídas. Ni un pedazo de tierra seco. Ilusiones y azucenas arrastradas por la lluvia. Los viveros de tulipanes destruidos. La viña, sin acceso. La niña empezó a llorar. La lluvia volvió.

Maldita lluvia, dijo el troll, mientras la libélula al frente y los castores a ambos costados, lo escoltaban hacia el pantano.

– Estás contento?, pequeño troll del demonio, es tu lluvia, es tuya y nada más- dijo la libélula.

– Frish dalk uha mui ba- rezongó el troll.

– No blasfemes.- respondieron los castores al unísono.

Nenufonsía (Parte I)

A   Pablo

Diciembre 2003 

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Sithienne  decía que siempre que la niña lloraba, llovía. A veces más,  a veces menos, pero sus lágrimas siempre lograban, por algún designio del destino,  conectarse con la ruta seguida por las nubes  en su regocijo de encontrarse y explotar.

Al pequeño príncipe se le acabó el conjuro, su dulce fachada, la que ella inventó, volvió a su imagen normal, él dejó su condición real y fue no más  el pequeño troll habitante de la madriguera del egocentrismo; pero viviendo (talvez) feliz. Su sonrisa se convirtió en una mueca de burla.

Las ardillas  que durante generaciones ancestrales habitaron el árbol de frutos amargos, bajo el cual se hundía la madriguera del troll dijeron que fue un problema de comunicación,  que “eilema maelei” quería decir “mascota fiel” en el idioma del troll, y no “eterna enamorada” como la niña creyó. Que la niña entendía lo que quería cuando el pequeño troll le hablaba. Si, un problema de traducción, de decodificación del mensaje.

Era obvio que, dentro de su condición de heredera del trono, jamás aceptaría desempeñar tan indignante papel.  No lo hizo; pero, lloró.

Fueron más de 12 horas seguidas de lluvia. Todos los noticieros hablaron  del desborde del río, buses arrastrados por el agua, puentes derribados, pueblos incomunicados, carreteras intransitables, 30 duendes de agua desaparecidos, 25 castores muertos. Tanta lluvia, hoy.  Corrió el agua sin medida, sin permiso, sin contemplación. Sembradíos ahogados, poblaciones inundadas. Nenufaria quedó hecha una desgracia.

Se estableció un plan de emergencia para construir pilotes deflectores y diques compactados de contención para evitar más desastres. Se propuso reordenar los meandros del río, manejar la cuenca del norte. Todo un Plan Integral para encauzar el  Río Esperanza, sólo en caso de que la niña llorara otra vez.

–  Pequeño troll malvado, hijo de la grandísima putrefacta raíz del árbol de frutos amargos -refunfuñó Sithienne. – Tendremos que solicitar subvención de la corona y un crédito inmediato de la región azul de duendes de nariz roja, murmuró.

– Son por lo menos 3 meses incluyendo el tiempo que tomará la licitación de obras. ¿Qué hacemos si a la niña se le ocurre llorar otra vez?- preguntó la libélula, directora de Infrestructura.

– Llamen ahora mismo al viceministro de defensa civil y agarren del ombligo, pero ya!  a ese troll insensato- exclamó alterado el Sithienne.

– ¿Lo traemos acá?

– No!… estás tonta pequeño insecto?. Llévalo al centro de reuniones del secretario general, en el pantano de los grillos,  que lo perturben ahí las lechuzas y los tulipanes. Iré a verlo al caer la tarde.